Ceferino Namuncurá, hijo y nieto de caciques que por décadas dominaron la Patagonia, murió antes de cumplir 19 años
La infancia la pasó entre los suyos, educado en la cultura araucana. Cuando tenía 11 años le pidió a su papá que lo enviase a Buenos Aires a estudiar, ya que deseaba “ser útil a su raza”. Ceferino Namuncurá logró convertirse en el primer argentino mapuche, reconocido como beato por la Iglesia Católica.
Los relatos cuentan que el padre contactó a su amigo el general Luis María Campos y el joven Ceferino entró en los Talleres Nacionales de la Marina, en Tigre, que funcionaban desde 1879 y donde se reparaban los buques de la escuadra nacional. Ceferino sintió que ese no era su lugar.
Entonces el padre le escribió al presidente Luis Sáenz Peña quien indicó hacer las gestiones con el padre José Vespignani, un italiano que había llegado al país en la tercera expedición de misioneros salesianos, y Ceferino fue aceptado en el Colegio Pio IX, en Almagro.
Allí convivió con muchos niños de origen humilde, cuyas familias los mandaban para que pudieran ser educados y con la esperanza que salieran conociendo un oficio, gracias a los talleres que tenía montados.
Entre sus compañeros habría estado Carlos Gardel y hay autores que señalan que ambos integraron el coro de la escuela.
Con monseñor Juan Cagliero, quien se convertiría en su padrino y mentor, tomó la primera comunión y la confirmación. Se destacó en canto y el padre José María Spadavecchia recordaba que su voz “era buena y delicada”, y que había ganado en 1901 un primer premio como solista.
También obtuvo la distinción de “Príncipe de la Doctrina Cristiana”, en el concurso que anualmente se organizaba sobre contenidos de catecismo. A los 16 años, cuando finalizó sus estudios, decidió convertirse en misionero.
En ese tiempo se enfermó de tuberculosis, una afección mortal en esa época. Se creyó que el clima patagónico sería beneficioso para sus pulmones y monseñor Cagliero lo llevó a Viedma.
Allí lo atendió el cura médico Evasio Garrone, un italiano que antes de venir a estas tierras se había desempeñado como asistente médico mientras cumplía con el servicio militar. Aprovechó el largo viaje por mar estudiando los tres libros de medicina que llevaba con él.
En la Patagonia, “el curita”, como lo apodaban cariñosamente por su baja estatura, Garrone atendía en una vieja casa que era conocida como “el hospital San José”, donde iban a atenderse con el “padre doctor” gente humilde que llegaba de los rincones más lejanos.
Recibían atención totalmente gratuita y cada uno retribuía con lo que podía.
Ceferino llegó en 1902. Y lo atendía Artémides Zatti, también tuberculoso pero que le terminaría ganando a la enfermedad. Zatti -que sería proclamado beato por el Papa Juan Pablo II– lo esperaba todas las mañanas a las 10.
Cagliero decidió llevárselo a Roma. Allí, con mejores médicos y con un clima favorable, existían más probabilidades de cura y podría continuar su formación religiosa.
En el buque “Sicilia” desembarcaron en Génova, viajaron a Turín y de allí a Roma, donde se alojó en el Colegio Salesiano de Villa Sora, en Frascatti, a veinte kilómetros al sudeste de Roma.
Falleció el 11 de mayo de ese año. Le faltaban cuatro meses para cumplir los 19 años. En 1924 sus restos fueron repatriados y depositados en el santuario de Fortín Mercedes. En noviembre de 2009 fueron trasladados al paraje San Ignacio, en el kilómetro 2294 de la ruta nacional 40, en Neuquén.
El 22 de junio de 1972 la iglesia lo declaró venerable y el 11 de noviembre de 2007 Benedicto XVI lo proclamó beato.